Presentación encebollada

Las costumbres sociales y yo reñimos a cada rato. Poca empatía, no me cabe duda. Y lograr consenso se vuelve complicado. Créanme. Sin embargo, la promesa se hizo y la presencia era inevitable. Bien, se llegó el día. Confieso que dediqué varios minutos a la vestimenta. Raro, asumo que perdí esa mala costumbre hace  una década. Parece que no. Esa tarde no faltó la mirada de desaprobación. Y sin salir de la casa. ¡Clásico! De esas costumbres familiares que facilitan que la vista rara vez se dirija al rostro. Delicado, la verdad. Lo profundizaré en otra entrada. Y, bien, se llegó la hora programada, la llegada, el mantel, su color y la ausencia del agasajado. Minutos más y sillas menos. Carteras, maquillaje, vestidos y pantalones. Regalos que marcaban su procedencia u origen. De la mesa virtual a la mesa de madera. Saludos y presentaciones. Fotografías, sonrisas, gestos y caminatas en el restaurante. Mientras tanto, el festejado seguro en el vientre de su madre. La alegría en el ambiente. Y la ansiedad también. Tu venida, Ignacio, ahora la esperamos varios. Deja terminar de prepararnos, hijo. Y que la cercanía al organismo mundial solo sea una buena señal para tí.

Se ha escrito,
Paz.


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