El palo de la piñata

A casi 40 días para cumplir 31 años debo agradecer al Padre. Pese a una que otra mala experiencia, pienso que tuve una niñez feliz. Conté con lo necesario y gocé materialmente hasta dónde la colcha lo permitió. Insisto, una infancia normal. Y uno desde pequeño va definiendo sus gustos. A veces, fijándose en los padres. Otras, en los amigos. Sin embargo, llega un momento en el que cada niño dice: "sí, me gusta" o "Quiero ésto". Cada uno a su manera, expresando voluntad, deseo, gusto particular. Haciendo memoria, recuerdo que siempre me disgustó el ruido, la violencia, los gritos y el baile presionado. Después de los diez le perdí aprecio a las piñatas. Desconozco el origen de la costumbre. ¿Será México y sus posadas? Mentiría si lo afirmo. Es de investigarlo. Mientras tanto, vienen a mi mente todos esos "accidentes" con el palo, las avalanchas de niños tras los dulces y las disputas por el esqueleto metálico. La inocencia y el "egoismo innato" de los niños lo facilita, está claro. Eso y las costumbres "cumpleañeras". Puedo parecer un amargado, pero, prefiero organizar media hora de juegos, que jalar el lazo de la piñata y evitar los garrotazos accidentales. En un par de años quizás tendré que releer esta entrada. Les cuento en su momento. Mientras tanto, les comparto una imagen con parte de la mercadería que circula por el San Miguelito.



Se ha escrito,
Paz y bien.

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