La pila y el jabón

Testigos mudos de noches de reflexión. Me inclino ante la pieza de cemento, mientras la mano derecha coge el huacal y baja hasta tomar el agua que humedecerá la ropa interior. El relój tiende a marcar el tiempo, más allá de las 22 horas, la quietud y el silencio del lugar representados en el profundo sueño de las mascotas de la casa. Un foco prendido, porque algunas manchas requieren restriego extra y vista. La pijama el disfraz. Lo frío del ambiente, tu recuerdo, el sueño despierto y la reflexión. Momento de intimidad y concentración, con un tanto de desgaste físico, más, si se acumulan los del elástico gris. Mala costumbre mía, debo reformarme. Sí, lo sé, no es un confesionario. Ahí llego y paso solo, recordando penas y lavando pecados. Nadie me escucha, ni me ve, el trabajo es solitario, individual, sin daños a terceros. Dos veces por semana, evitando la acumulación, la bulla nocturna, el análisis y la reflexión sobre la vida, con la pila y el jabón.

Se ha escrito,
Paz.

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