Perder la línea...
A mis 16 años, siendo menor de edad, mis padres me dieron la oportunidad de "sacar" mi Licencia de Conducir.
Sí, la juvenil. Más el trámite para que su vigencia durara menos de dos años.
Pero, ¿quién me quitaba las ganas de conducir un vehículo sin temer al policía en la calle? Difícil. La saqué.
Ya pasaron 12 años de eso y el placer por conducir un vehículo no se va. Excepto cuando el tráfico hace que pierda la paciencia y el buen ánimo. En esa circunstancia, prefiero el transporte público. Pero, vaya, el tema de esta entrada es otro.
Esta tarde, después de una pequeña discusión con mi papá, decidí bajar en el vehículo que hace 2 años y medio vino a sustituir aquel Hyundai Getz al que le tomé cariño.
De esas pocas cosas materiales a las que le guardo aprecio. Raro, pero, es la verdad.
Este es un Chevrolet, de la década pasada, golpeado y "traido", lo típico del vehículo usado que circula en el país.
Lo confieso, nunca me ha agradado el carro "de segunda mano". A menos que seas mecánico automotriz, las sorpresas a las semanas de uso se convierten en un verdadero dolor de cabeza.
A veces, se llega a pagar hasta un tercio del valor por el que lo adquiriste.
Triste, desagradable, por eso y más, prefiero el carro "de agencia", el cero kilómetros como le dicen algunos.
Claro, para adquirirlo se requiere duplicar el precio, pero, con firmeza lo expreso: Vale la pena.
Hoy, en el taller, un tipo tomó con mucha fuerza la pieza de carrocería por el "guardafangos", aplicó fuerza y dobló la lata del ala izquierda del Halcón. Luego, con un "desarmador" y un pedazo de franela separó un poco más el metal y ¡Sorpresa! el problema a la hora de abrir la puerta se acabó, aunque la estética y la línea del vehículo se perdió.
Se ha escrito,
Paz.
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