Lecciones de Niñez

De niño, recuerdo que llegué a odiar los domingos. La razón: mi padre y el trabajo en casa bajo su dirección. En aquel momento, cualquiera pudo afirmar que la relación con él era lo peor. Y, quizás si lo fue. Claro, nadie es perfecto, yo iba creciendo y él era padre "primerizo". Su error fue repetir la dinámica con mi hermana. Su virtud: no hacerlo con Gerardo. Sin duda, lección aprendida. Menos mal por el "benjamín".

No conocí a mi abuelo. Hablo del padre de mi progenitor. Murió antes de 1982. Por ende, no conocí su interacción. Juzgo la actitud de su hermano, mi tío, y sigo creyendo que el carácter disciplinado y perfeccionista viene heredándose de padre e hijo y así, sucesivamente...

Cada domingo, la agenda incluía: Lavar su vehículo y hacer jardinería. Nada raro. Actividad dominical normal en un buen porcentaje de los hogares del mundo. ¡Claro!, es verdad, excepto por el pequeñísimo detalle en mi caso: La forma de actuar de mi padre.

Veinte años después, sonrío, intentando recordar con alegría esos momentos de tensión, presión y frustración. Sí, probablemente esté exagerando, quizás mi papá solo quiso "dar la lección" a su manera. Y sí, lo logró. Se lo agradezco, porque a pesar de que erró en la forma, la semilla en esta tierra mestiza, rebelde y acomodada, cayó y germinó.

Esta mañana, mientras arrancaba la "maleza" en el jardincito "prestado", recordé a mi padre, agradecí a Dios y, con una sonrisa en mi rostro, terminé la labor. Mientras él, de seguro, hacía lo mismo en su casa. Dicen que el ser humano es un animal de costumbres. La clave consiste en preferir los hábitos y controlar perfectamente los vicios.

La lavada de los vehículos queda para otra entrada.

Se ha escrito,
Paz.

PD: Quizás no leyó estas líneas, pero yo sigo creyendo que le debo mucho, papá.

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