Don Dinero y el Mendigo

Si viene un pobre y te tiende la mano, piensa que acaso... (8)

Ese verso solía cantar en mi niñez, cuando asistía a la parroquia San José de la Montaña, en compañía de mamá, papá, o uno de ellos. Ahora, también lo hago, pero con un sentido de ubicación "disque" más maduro y consciente. Se supone.
No sé si usted, amable lector(a), se ha puesto a pensar porqué aquella persona que suele estar sentada en el piso de la acera, la pasarela o la salida de cualquier lugar de concurrencia masiva (raro, ¿no?) no pide abrigo, techo o comida. Todos, creería, esperan la moneda, y entre menos negrita y más grande sea, mejor.
Ojalá no se me tache de egoista o avaro. De ninguna manera, pienso. Ahora, solo pretendo hacer un análisis de aquellos que bajo un manto colocado sobre su cabeza o el cartón que les sirvió de cobija la noche y madrugada anterior. Sí, nada más eso.
Andando por las calles del gran San Salvador, han sido varias las ocasiones en las que he tenido que llevar mi mano a la bolsa de pantalón, y sacar de ahí algunas monedas, pretendiendo ayudar a aquel que pide una "monedita".
Pero, creánlo o no, en muchas ocasiones me he quedado con las ganas de llevar una galleta o una fruta y entregársela, sustituyendo, por un momento, el dinero. Sobre todo, en aquellos casos que la muestra de solidaridad se transforma por las mismas circunstancias en una sacudida fuera de la burbuja social.
Está claro, el dinero es una medio de cambio más efectivo. La comida, puede saciar el hambre, pero el deseo del cristiano al que se ayuda puede quedar latente y su necesidad puede llevarlo hasta expresar ira, afectando a terceros justos.
Usted tendrá su opinión. La mía la resumo así: Aquel mendigo con habilidad oculta, no merece mi moneda -o alimento- pero, si existe voluntad de ayudar, hágalo, al final, la libertad está en sus manos. Si él lo usa para crack, pega, marihuana o alcohol, cada quien, ¿no?

Se ha escrito,
Paz.


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